La inseguridad nos cuesta a todos
Columna JFM

La inseguridad nos cuesta a todos

No existe un cálculo real de la dimensión, del daño, que genera la inseguridad en la vida cotidiana de todos nosotros. El asesinato del general Tello Quiñones en Cancún o el reciente aunque el gobierno local no lo considere así atentado contra el gobernador Reyes Baeza en Chihuahua, son percibidos, en el país y en el extranjero, como amenazas no sólo para las inversiones potenciales sino también el turismo pero, además, es un costo para las empresas ya instaladas. Lo podemos medir, por ejemplo, con los gastos que ocasiona en las empresas y termina cargándose a los consumidores; es posible observarlo en nuestra economía cotidiana, cuando la seguridad, la mínima, la más elemental, se debe cargar a nuestros presupuestos o cuando, un simple robo, un asalto callejero, puede despojar a muchos trabajadores de una quincena que, de todas formas, no llega a cubrir el gasto.

No existe un cálculo real de la dimensión, del daño, que genera la inseguridad en la vida cotidiana de todos nosotros. El asesinato del general Tello Quiñones en Cancún o el reciente, aunque el gobierno local no lo considere así, atentado contra el gobernador Reyes Baeza en Chihuahua, son percibidos tanto dentro como fuera del país como amenazas no sólo para las inversiones potenciales sino también el turismo pero además es un costo para las empresas ya instaladas. Lo podemos medir, por ejemplo, con los gastos que ocasiona en las empresas y que termina cargándose a los consumidores; lo podemos observar en nuestra economía cotidiana, cuando la seguridad, la mínima, la más elemental, se debe cargar a nuestros presupuestos o cuando, un simple robo, un asalto callejero puede despojar a muchos trabajadores de una quincena que, de todas formas no llega a cubrir el gasto.

Pero se puede medir, también, desde otra dimensión: desde la propia macroeconomía. La mezcla de inseguridad y crisis económica nos ha dejado el índice de confianza del consumidor, más bajo desde que se comenzó a medir en enero del 2003: si en ese mes era de 100 (midiendo diversas variables, muchas de ellas subjetivas, como la percepción de los consumidores sobre si deben comprar o no bienes de consumo duraderos), en agosto pasado el índice de confianza del consumidor fue de 89.6, lo cual implicó una caída de 17 puntos, respecto al mismo mes del año pasado. Respecto a julio, el mismo índice cayo, prácticamente un punto. Hoy es de 46.3, prácticamente la mitad de entonces. Y si bien la responsabilidad central es de la crisis económica, la inseguridad, no está medida en este índice pero habría que preguntarse quien podría percibir mejor la situación presente y futura de la economía del país, en un contexto crítico para la seguridad pública, cuando la percepción ciudadana sobre la misma es la más endeble que se ha tenido en años. Y si la percepción sobre la seguridad personal es baja, también lo será la percepción de los consumidores, con todo lo que ello implica a la hora de decidir comprar o no un producto.

La inflación alcanzó será superior al 4 por ciento y la mezcla mexicana del petróleo de exportación, que estuvo arriba de los 130 dólares por barril en julio, ha caído, a menos de 30 dólares. La posibilidad que se estabilice en 50 dólares es la estimación más creíble para el futuro inmediato, pero con la volatilidad internacional nada se puede predecir nada con mucha exactitud, incluso la posibilidad de que el precio esté en el futuro de los 40 dólares dejaría en situación muy difícil a todos los productores, incluyendo México. Según muchos especialistas sólo para Arabia Saudita, Rusia y China sería realmente rentable un petróleo a menos de 40 dólares en el largo plazo. Sin una reforma energética profunda, y la que tuvimos ha sido más que superficial, será difícil avanzar en el sector económico más promisorio para el país, y paradójicamente pagamos un precio cada día más alto por los rezagos existentes.

Un importante miembro del gabinete presidencial decía días atrás que no se habían detectado inversiones que se hubieran suspendido o cancelado por la inseguridad, pero la verdad es que nadie sabe cuántas inversiones no se contemplaron al evaluar los costos que la inseguridad puede generar a un inversionista, nacional o extranjero. Consideremos, solamente, cuántos empresarios o personas con un cierto nivel económico, han decidido dejar el país, o sacar del país a sus familias, sólo en el DF se habla de 15 mil empresarios grandes o medianos que han sacado a sus familias del país: ¿alguien puede creer que si ellos han decidido dejar el país, aunque sea temporalmente, continuarán con el mismo ritmo de inversiones en México?

El presupuesto para este año en seguridad es mayor que el asignado a desarrollo social. Difícilmente alguien podría estar en desacuerdo con ello, dada la crisis que afronta el sistema de seguridad pública en el país y el objetivo de contar con una policía depurada y eficiente, que obliga a invertir en tecnología pero también en recursos humanos (no sólo en el ámbito federal sino también en los estados y municipios, donde hay unos veinte elementos policiales por cada federal) y hacerlo en un plazo corto. Pero ello implica también que la inseguridad, la delincuencia también nos está robando desde ese ámbito: tendremos que invertir más en ella que en salud o políticas sociales.

El resultado de todos esos costos, desde los individuales o familiares, pasando por los empresariales y llegando a los públicos es altísimo. Y constituye una razón más por la cual se debe romper con la cadena de impunidad que es el eslabón clave de la proliferación de la delincuencia.

Más allá de la delincuencia

Fue detenido Antonio Mejía López, director del reclusorio de Cancún acusado de haber participado en el asesinato del general Tello Quiñones y de ser parte de la organización de los Zetas. Sería una nota más de la larga lista de políticos involucrados con el crimen, salvo por el dato de que fue subdirector operativo de logística y seguridad del gobierno del DF con López Obrador y luego continuó con esa labor en la campaña presidencial. Quien lo llevó a Cancún fue su jefe y amigo, Nicolás Mollinedo, el famoso Nico, cuya familia además contaba con el contrato para aprovisionar de alimentos el propio reclusorio. Otro hermano de Nico ha sido designado asesor de René Bejarano. No hay nada como la honestidad valiente.

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