La extradición de Lucía Morett
Columna JFM

La extradición de Lucía Morett

Ayer se cumplió un año de lo que se denominó la Operación Fénix, mediante la cual, con un ataque al principal campamento de las FARC ubicado en territorio ecuatoriano, en la frontera entre ese país y Colombia, fue muerto Raúl Reyes y desarticulado, en los hechos, el eje operativo de esa organización. En el campamento murieron cuatro jóvenes mexicanos involucrados con organizaciones de apoyo a las FARC en México y sobrevivió Lucía Morett, otra estudiante mexicana.

Ayer se cumplió un año de lo que se denominó la Operación Fénix, mediante la cual, con un ataque al principal campamento de las FARC ubicado en territorio ecuatoriano, en la frontera entre ese país y Colombia, fue muerto Raúl Reyes y desarticulado, en los hechos, el eje operativo de esa organización. En el campamento murieron cuatro jóvenes mexicanos involucrados con organizaciones de apoyo a las FARC en México y sobrevivió Lucía Morett, otra estudiante mexicana.

El caso ya ha sido investigado con amplitud, y hemos expuesto toda la historia en el libro Las FARC en México (Aguilar Nuevo Siglo, 2008). Morett, lo mismo que las jóvenes colombianas, antes de que se formalizara una acusación en su contra en Ecuador, recibieron asilo de Daniel Ortega en Nicaragua, y hace unos meses regresó a México. El gobierno de Ecuador ha solicitado su extradición acusándola de atentar contra la seguridad nacional de ese país. La cancillería mexicana deberá resolver en los próximos días si procede o no esa extradición.

¿Debe o no ser enviada a Ecuador Lucía Morett? En mi opinión no debe ser extraditada. El punto no es su simpatía y apoyo por las FARC sino qué es lo que pasaba por la cabeza de grupos de militantes que pueden apoyar a una organización terrorista, que ha cometido innumerables acciones criminales (la última el asesinato de 25 campesinos en el sur del país porque no apoyaban su lucha), incluyendo el estallido de coches bomba en las principales ciudades del país, que tiene secuestrados por años en la selva a un millar de colombianos que, en su enorme mayoría simplemente son rehenes con el objetivo de cobrar algún rescate o simplemente porque estaban en el lugar y el momento equivocado. Pero, además, que está íntimamente involucrada en el tráfico de drogas, incluyendo por supuesto en México, desde muchos años atrás. Los primeros datos duros de esa participación en nuestro país se remontan a 1997. ¿Cómo se puede, enarbolando una supuesta solidaridad revolucionaria simpatizar con una organización considerada para la mayoría de las democracias del mundo como terrorista?¿cómo se puede alguien acoger al asilo y el cobijo, con esa misma lógica supuestamente revolucionaria, del gobierno de Daniel Ortega, acusado de violar a su hija Zoilamerica, denunciado por sus antiguos compañeros del Frente Sandinista y a quien apenas ayer, en una entrevista para el periódico español El País, el poeta Ernesto Cardenal, como también los hicieron Sergio Ramírez, Gioconda Belli y muchos otros, calificó de fascista, comparando su gobierno con el de Francisco Franco y denunciando el acoso y la censura que le ha sido impuesta?¿qué puede tener de revolucionario el gobierno de Ortega, que persigue a los viejos sandinistas y se apoya en la derecha extrema de Arnoldo Alemán y los sectores más conservadores de la iglesia católica?

El problema no es la extradición de Morett. Es qué hacía en ese campamento, donde por supuesto no se recibían visitas de cortesía y al que era imposible llegar sin el beneplácito y el respaldo de las propias FARC. El problema es que se puede comprender que Morett pueda ser ignorante de la agenda que estaba y está defendiendo, pero algo tiene que estar muy mal para que un grupo de legisladores perredistas, mucho mayores que ella y con pleno conocimiento de causa, vayan a Ecuador, encabezados por Cuauhtémoc Sandoval, para defender a Morett y a las FARC, cuando jamás han hecho gestión alguna para defender a los centenares de rehenes de esa organización o para denunciar la complicidad de la misma con el narcotráfico en México (o según información de la prensa de hoy también con los secuestros en nuestro país). O cuando algunas autoridades universitarias termina defendiendo esas mismas causas por el solo hecho de que Lucía o sus otros compañeros estuvieran inscriptos en la universidad.

El punto es que no se puede construir una democracia sin respetar las reglas del juego de la misma y sin demócratas. Y eso es lo que está fallando, más allá de Lucía. Ayer mismo, Morrett decía en una carta divulgada en Ecuador que se la quería “hacer callar” porque había visto muchas cosas durante el ataque, lo mismo que ha denunciado una persecución en México que no ha sufrido. Siempre la muerte, sobre todo de un grupo de jóvenes, es lamentable, independientemente de las circunstancias en que se puede haber producido. También es verdad que Colombia violó el territorio ecuatoriano con el ataque, de la misma forma que Ecuador estaba violando el derecho internacional al permitir la existencia y la operación de campamentos de las FARC en su propio territorio. ¿Qué vio Morett?. Que a pesar de que estaba en el campamento de mando de las FARC fue rescatada con vida por los propios soldados que hicieron el ataque, que fue internada en un hospital y se le dio absoluta cobertura a sus declaraciones, que antes de que se le fincara una responsabilidad penal, se permitió que fuera sacada del país por un avión del gobierno nicaraguense y que allí fue presentada por el propio Ortega como una militante revolucionaria. El peligro para Morett y lo que podría contar es lo que sabe de las FARC, no lo que vio en un ataque que fue ampliamente publicitado.

La denuncia del gobierno mexicano, pero también de las fuerzas progresistas y democráticas del país, debería centrarse en las FARC, en su relación con el terrorismo, el narcotráfico y el secuestro, las tres causas más retrógradas que se pueden encontrar en nuestro continente. Lucía Morett al final de cuentas termina siendo una actriz secundaria, marcada por su formación en una cultura de la ilegalidad y el oportunismo que permea a parte de la sociedad política, que disfraza de revolucionaria las causas más reaccionarias y de las que se aprovechan las propias FARC que, desgastadas y agotadas política e ideológicamente, están recolectando militantes donde puedan con tal de sobrevivir.

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