Juanito o al diablo con las instituciones
Columna JFM

Juanito o al diablo con las instituciones

El lunes pasado Rafael Acosta se convirtió, más que nunca antes, en Juanito. Regresó aquel desconcertado y desconocido candidato que un lluvioso lunes de junio, López Obrador, sin saber siquiera cómo se llamaba, subió al escenario político y le hizo prometer que si ganaba las elecciones en Iztapalapa entregaría el gobierno a Clara Brugada, una jugada creada por el ex candidato presidencial y por el ahora diputado Gerardo Fernández Noroña, para reventar la candidatura perredista de Silvia Oliva. Como le dijo esa noche López Obrador, Juanito “no se la iba a creer”.

El lunes pasado Rafael Acosta se convirtió, más que nunca antes, en Juanito. Regresó aquel desconcertado y desconocido candidato que un lluvioso lunes de junio, López Obrador, sin saber siquiera cómo se llamaba, subió al escenario político haciéndole prometer que si ganaba las elecciones en Iztapalapa entregaría el gobierno a Clara Brugada, una jugada creada por el ex candidato presidencial y por el ahora diputado Gerardo Fernández Noroña, para reventar la candidatura perredista de Silvia Oliva. Como le dijo esa noche López Obrador, Juanito “no se la iba a creer”.

Pero en cuanto ganó las elecciones Juanito quiso convertirse en Rafael Acosta y quiso creérsela, había sido tan menospreciado y minimizado que quiso demostrar que era él quien había ganado Iztapalapa y no la maquinaria electoral de René Bejarano y el gobierno del DF. Terminó deslindándose de López Obrador y dijo ser más popular que él; le pidió a Brugada que “atara sus perros” y, como ésta no había llegado a una reunión, afirmó que ni siquiera tendría lugar en su “gabinete”; aseguró que tomaría posesión del cargo y gobernaría tres años y ya vislumbraba, dijo, la posibilidad de lanzarse a gobernar el DF e incluso de buscar la presidencia.

Todo era una mezcla de mentira, negociación de recursos y posiciones y simples delirios de grandeza. El lunes, cuando llegó a la sede del gobierno del DF a entrevistarse con Marcelo Ebrard, le dijo a los medios que lo esperaban en el GDF que asumiría el gobierno de la delegación aunque lo bloquearan. No pasaron ni 45 minutos y cuando salió de la reunión con Ebrard, dijo que estaba enfermo, que pediría licencia por 60 días el mismo primero de octubre en la tarde y que designaría, cómo no, a Brugada como secretaria jurídica y de gobierno para que se quedara con el mando en la delegación. El sueño se había topado con la realidad, los quince minutos de fama prometidos por Andy Wharhol habían concluido: Juanito volvía a ser el achichintle de Fernández Noroña, el que reventaba presentaciones de libros, el que actuaba de extra en películas de ficheras. Claro, con tres carteras en el gobierno delegacional y con una cuenta personal que oscilaría, según las versiones, entre 150 y 300 millones de pesos, el precio que desde tiempo atrás le había puesto a su renuncia.

Todo es una burla y muestra el deterioro del perredismo como fuerza política y el de sus propios dirigentes. Pero muestra también uno de sus signos más preocupantes, impuesto desde la administración de López Obrador: el desprecio por las normas, las leyes, las instituciones. La candidatura de Juanito fue impulsada para darle la vuelta a la decisión de los tribunales que habían anulado la candidatura de Brugada porque había cometido fraude en la elección interna del PRD. El propio día de las elecciones, Jesús Zambrano reconocía en entrevista que los votos para Juanito habían sido comprados hasta en 500 pesos cada uno y exigía saber de dónde había salido ese dinero que distribuían los operadores de Bejarano. Cuando Juanito se rebeló, muchos se acercaron para financiarlo, pensando en los cuatro mil millones de pesos de presupuesto. Ahora se busca evitar que la Asamblea Legislativa tenga que ratificar a Brugada. Una trampa tras otra.

Estos sectores del PRD y ahora del PT respaldan las instituciones si les dan la razón: si el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no los apoya en sus reclamos, ignoran las decisiones como ocurrió en la telenovela de Juanito y Brugada, o anuncian movilizaciones y juicio político para los magistrados como ocurre ahora que el Trife respaldó los triunfos de Carlos Orvañanos en Cuajimalpa y de Demetrio Sodi en la Miguel Hidalgo, triunfos que le habían sido escamoteados por unas instituciones electorales del DF que han mostrado ser sesgadas y dependientes del gobierno local.

Quizás la novela de Juanito aún tenga algún capítulo por ser escrito, pero será ya en tono absolutamente menor, representando el deterioro de una corriente política que está más cerca del arribismo lumpen que de las legítimas demandas sociales.

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