Tres muertes que cambian todo
Columna JFM

Tres muertes que cambian todo

Hoy el presidente Calderón estará en Ciudad Juárez. La seguridad no ha mejorado en forma sustancial pero el presidente tendrá ante sí un panorama absolutamente diferente, en términos cualitativos, respecto al que dejó, hace unas semanas, cuando fue a lanzar el nuevo operativo de seguridad en esa ciudad. El asesinato de una pareja de estadounidenses que trabajaban en el consulado de Ciudad Juárez y de un hombre esposo de otra funcionaria, ha provocado ya la llegada de agentes del FBI a esa ciudad fronteriza y generará aún más reacciones.

Hoy el presidente Calderón estará en Ciudad Juárez. La seguridad no ha mejorado en forma sustancial pero el presidente tendrá ante sí un panorama absolutamente diferente, en términos cualitativos, respecto al que dejó, hace unas semanas, cuando fue a lanzar el nuevo operativo de seguridad en esa ciudad. El asesinato de una pareja de estadounidenses que trabajaban en el consulado de Ciudad Juárez y de un hombre esposo de otra funcionaria, ha provocado ya la llegada de agentes del FBI a esa ciudad fronteriza y generará aún más reacciones.

El caso, como decíamos ayer, recuerda el asesinato de Enrique Camarena hace ya 25 años. Pero se da en circunstancias diferentes: no hay, como entonces una confrontación directa como la que se daba entre los gobiernos de los presidentes Miguel de la Madrid y Ronald Reagan, y las descalificaciones públicas no se darán como entonces, pero probablemente el esquema de intervención (en el mejor sentido de la palabra) será mucho más intenso.

En aquellos años de la muerte de Camarena, el narcotráfico estaba mucho más acotado que ahora y eran muchos de los agentes de la poco después desaparecida, por esos hechos, Dirección Federal de Seguridad quienes controlaban o mantenían contacto con esos narcotraficantes. Siempre, además, coexistían capítulos oscuros: los narcotraficantes mexicanos colaboraban con la operación Irán-Contras, destinada a aprovisionar de armas a las guerrillas antisandinistas en Honduras: esos grupos del narcotráfico enviaban armas y a cambio transportaban drogas, y también se entrenaba a integrantes de esos grupos en ranchos propiedad de narcotraficantes. Ese entramado se conoció unos años después de la muerte de Camarena, y no es descabellado suponer que Caro Quintero y los otros narcotraficantes que estuvieron detrás de ese crimen pensaran que tendrían impunidad por esa relación: evidentemente no la tuvieron. Recordemos que en Estados Unidos la muerte de un agente de seguridad, sobre todo en áreas como la lucha contra las drogas es perseguida en forma implacable.

Eso no ha cambiado: no se ha dicho qué funciones cumplían los funcionarios consulares asesinados, pero todo indicaría que tenían algún tipo de relación con áreas de seguridad: uno de ellos, Redelfs Arthur Haycock según sus familiares era un ex funcionario del sistema de prisiones de El Paso. Recordemos que fue allí donde nacieron la mayoría de las pandillas que se han convertido en la mano de obra del narcotráfico en toda esa zona fronteriza, sobre todo las dos mayores, cruelmente enfrentadas desde hace años, los Aztecas y los Artistas Asesinos. Los primeros son la pandilla más poderosa, con miles de miembros tanto en Juárez como en El Paso, nacieron en la cárcel de El Paso y de allí salieron sus líderes. No es descabellado pensar que un funcionario especializado de ese centro de reclusión estuviera asesorando a fuerzas de seguridad mexicanas en sus propias investigaciones contra las pandillas.

Por eso las autoridades están tan convencidas de que los asesinos pertenecen a los Aztecas y al grupo de sicarios del cártel de Vicente Carrillo, un grupo llamado La Línea. Eso coincide, además, con la metodología operativa de esa organización y con un dato adicional que no es menor: están aliados con el cártel de los Zetas, un grupo que ya ha actuado contra funcionarios estadounidenses y que tienen una profunda penetración en toda la zona fronteriza de Texas. En ese sentido, tanto los Zetas como sus aliados de La Línea se han convertido, más allá del asesinato de estos funcionarios consulares, en un problema de seguridad interna de los Estados Unidos y ello es lo que provocará, sin duda, una atención e intervención mayor de ese gobierno.

Por lo pronto, el que tanto el presidente Obama como la secretaria de Estado Hillary Clinton hayan decidido abordar personalmente el caso, declarar sobre él y establecer compromisos públicos de que se castigará a los responsables, no puede ser tomado como una intervención mediática más. En este sentido, esas muertes pueden modificar profundamente la situación en el combate al narcotráfico en la frontera norte. Habrá que ver si política e institucionalmente el gobierno federal, los estatales, las fuerzas políticas y la sociedad estamos preparados para asumirlo con todas sus consecuencias.

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