Que 21 años son todo
Columna JFM

Que 21 años son todo

El miércoles se cumplieron 21 años de la fundación del PRD y la celebración pasó sin pena ni gloria, alejado ese partido de los ímpetus que le dieron origen en 1989. Ver las foros publicadas, en estos días en los periódicos sobre aquellos años, es una demostración del retroceso, de todo lo que ha perdido el principal partido de la izquierda mexicana en dos décadas de vida. Allí estaban Cuauhtémoc Cárdenas como un dirigente indiscutible; Porfirio Muñoz Ledo mucho antes de que perdiera el piso y comenzara con esos vaivenes políticos e ideológicos que lo han transformado en la caricatura de lo que era; un Heberto Castillo que era un ejemplo de congruencia y verticalidad; toda una camada de, entonces, jóvenes provenientes de la izquierda que le daban congruencia e imaginación a ese partido, desde José Woldenberg hasta Jorge Alcocer. No aparecen en las fotos, porque entonces su peso era menor o ni siquiera se planteaban militar en él, muchos de los que se han quedado con la marca, desde Andrés Manuel López Obrador hasta René Bejarano, uno abandonando el PRI de Tabasco, el otro un oscuro líder vecinal que sería levantado por Manuel Camacho desde el gobierno (entonces salinista) del gobierno capitalino.

El miércoles se cumplieron 21  años de la fundación del PRD y la celebración pasó sin pena ni gloria, alejado ese partido de los ímpetus que le dieron origen en 1989. Ver las foros publicadas, en estos días en los periódicos sobre aquellos años, es una demostración del retroceso, de todo lo que ha perdido el principal partido de la izquierda mexicana en dos décadas de vida. Allí estaban Cuauhtémoc Cárdenas como un dirigente indiscutible; Porfirio Muñoz Ledo mucho antes de que perdiera el piso y comenzara con esos vaivenes políticos e ideológicos que lo han transformado en la caricatura de lo que era; un Heberto Castillo que era un ejemplo de congruencia y verticalidad; toda una camada de, entonces, jóvenes provenientes de la izquierda que le daban congruencia e imaginación a ese partido, desde José Woldenberg hasta Jorge Alcocer. No aparecen en las fotos, porque entonces su peso era menor o ni siquiera se planteaban militar en él, muchos de los que se han quedado con la marca, desde Andrés Manuel López Obrador hasta René Bejarano, uno abandonando el PRI de Tabasco, el otro un oscuro líder vecinal que sería levantado por Manuel Camacho desde el gobierno (entonces salinista) del gobierno capitalino. Tampoco estaban, obviamente, ni el propio Camacho ni Marcelo Ebrard, segundo de éste en el gobierno capitalino. Jesús Ortega y la corriente de los Chuchos sí estaban entonces en el PRD, venían la mayoría de ellos del PFCRN, de Aguilar Talamantes, pero pasarían varios años antes de que tuvieran peso en su estructura.

Esos cambios de nombres y de perspectiva escenifican mejor que nada la propia transformación del PRD. Si hace 20 años se alimentaba de las fuerzas de izquierda y de la ruptura de corrientes priistas relacionadas con el nacionalismo revolucionaria, hoy la pesca es muy distinta: muchos de aquellos hombres y mujeres de la izquierda hace años que dejaron el PRD, mientras que la llamada izquierda social ha ocupado muchos de esos espacios. Sus nombres más prestigiados en los últimos años, como Ruth Zavaleta, lo han abandonado, mientras que hoy sus candidatos pueden tener cualquier origen: Gabino Cué, que fue desde el PRI hasta Convergencia, pero por lo menos ha estado seis años en esa corriente; Xóchitl Gálvez que viene del foxismo; José Rosas Aispuro, directamente del PRI de Durango, o Mario López Valdés, que fue candidato antes de renunciar al PRI. La lista podría continuar pero el PRD hoy no puede ser definido, estrictamente con una fuerza de izquierda, mucho menos socialdemócrata, como la mayoría que, con legítima ambición de poder, se inscriben en esa corriente en las democracias del mundo.

Para colmo, quien fue su principal líder en los últimos años, López Obrador está de lleno inscripto en las corrientes cercanas al chavismo, en la lógica del propio Chávez, de Evo Morales, Rafael Correa o Daniel Ortega y lejos, cada día más, de Ricardo Lagos o Michelle Bachelet, de José Mujica o del propio Lula da Silva.

Las elecciones del 2009 fueron las peores para el perredismo en toda su historia, en términos reales peores que las de 1991, porque entonces no contaban ni remotamente con las posibilidades de la actualidad. Y eso que no se había concretado todavía el affaire Juanito. Y es lamentable para nuestro país que eso ocurra. Que no tengamos un partido de izquierda realmente democrático y progresista, que no confunda ni sus métodos de lucha ni sus objetivos.

Probablemente hoy, dentro del escenario perredista 8con excepción de Cuauhtémoc y Lázaro Cárdenas) sea Marcelo Ebrard, un político que en realidad debe ser calificado mucho más como un liberal que como un socialdemócrata, el que se acerca al perfil que puede requerir el PRD para reconvertirse. Pero difícilmente lo dejarán pasar: López Obrador (lo podemos ver en la huelga de la preparatorias del DF) está dispuesto a frenarlo e incluso a fraccionar definitivamente a esa corriente (como en los hechos ya ocurre) para hacerlo; los grupos más radicales dentro y fuera del PRD le ponen constantes obstáculos y como Ebrard no cuenta con la suficiente fuerza interna debe negociar con esos grupos con costos políticos altos ante el resto de la sociedad. Con todo, si fructificara su candidatura y lograra tener listas para el congreso relativamente homogéneas, de allí podría surgir la base para que el PRD, depurado de quienes se irán con López Obrador, se comience a transformar en una opción democrática y progresista.

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